Ella tenía el cabello sobre su rostro, riso por riso se
desplomaba desde el cielo en una lluvia sentimientos encontrados. Era el paso
de un huracán, una sinfonía de colores que iluminaba la noche. En una
orquestada tormenta de deseos. Entre los cabellos asoman dos ojos que iluminan
el camino hacia cualquier destino. ¿Acaso los humanos estamos hechos para
responder de maneras salvajes a nuestros instintos?
Nada se interpuso entre el deseo y los hechos. Ni las manos
temblorosas ante nuestras bocas llenas de palabras dulces. En segundos, en
minutos y en horas encontramos nuestros destinos entrelazados. Un beso al aire,
marcó la pauta de salida a nuestros miedos.
Nada se recorre más suavemente que el inicio de sus piernas,
el final de su espalda o la cima de sus bustos. A veces se necesita de un
impulso muy sutil u otras veces intenso para entender que el deseo y las
fuerzas pueden más que la razón.
Esa noche desconectamos las razones para estar separados. Y
activamos un encuentro telúrico inexplicable. Dos sistemas corpóreos que se
necesitaban.
El punto de partida inició en tu cintura. Navegué guiándome
por tu olor y la luz de tu cabello suelto que ocultaba, con sus nubes, por
momentos tus ojos.
La curvatura de tu cuerpo marcaba el camino a recorrer. Tus
caderas entonces dibujaban cordilleras rocallosas, firmes e incólumes. La
infinitud de tus piernas se perdía en el horizonte. Allí donde se pierde la
dimisión de la razón.
Está prohibido enamorarse, dijiste antes digitar con
impulsos eléctricos en mi cerebro cada uno de tus poros. Y beber, a sorbos
lentos, tu aliento. Lanzarse a la mar de tu cuerpo es la empresa heroica de
todo marinero aventurero, osado y casi suicida. Encontrar islas en tu cuerpo
que nos proteja de las tormentas de tus sueños y no terminar como un naufragio
más en tu vida.
He regresado vivo de esta intrépida historia. No se cuántos
han vuelto o cuantos se han perdido en los cantos de las sirenas que se ocultan
en tu mirada. Tampoco me interesa.
Pero el viaje ha valido la pena, porque he
vuelto con conchas de coral, besos acaramelados, cabellos enredados en las
manos, peces de colores al cerrar los ojos.
Al final de la jornada, del viaje a las dimensiones de tu
cuerpo, de tu virginal forma de explorar el cuerpo, entiendo que un paso en
falso me haría zozobrar en tu corazón y el en peor de los casos, tú en el mío.
Ángel Elías
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