Desde hace algunas semanas suenan las campanas y los Clauses, deambulan por las callejuelas de los centros comerciales. Esos tipos bonachones que regalan ilusiones, buenas intensiones y una carga extra para cumplir con los gastos navideños. Esos mismos amigos barrigones que sientan en sus piernas a chicas bonitas, niños buenos y sus propios hijos, con todo y sus sueños incumplidos. En estos lados del trópico, entre Cáncer y Capricornio estamos nosotros. En un lugar desconocido para la mayoría del mundo, identificados medianamente como la cola de México, estamos celebrando con Santa las fiestas de fin de año. Tenemos un Santa Nórdico que todos los años suda a sufrir estos lados del planeta. Donde nunca se ha visto un copo de nieve desde la última era glacial. Entonces ese Santa, se siente extraño por reconocer a sus renos hechos de plástico inflable, frente a un trineo que no se puede deslizar más allá del encerado piso del centro comercial. Por supuesto ya fuera de él, el trineo no se desliza, se arrastra.
Santa Claus, se mantiene repartiendo sonrisas, y los pequeños repartiéndole sus ilusiones: Un Nintendo Wii, un reproductor MP3, una consola360, un auto de carreras. ¿Dónde quedaron los capiruchos o los yoyos? Ah, eso ya no es Nice, para el barrigón del Santa. Ese mismo que sale anunciando en la Tv, las novedades mercadológicas del momento.
Los Malls, están invadidos por duroport haciendo las de nieve y luces de colores de estrellas. Tratando de lograr esa ilusión de países nevados, en este país donde el clima es tan benévolo que no sufrimos de las narices frías, ni de la ropa mojada. Pero no nos basta, queremos trascender a lo que somos. Creando las ficciones en las que nos sentimos cómodos.
Navidad, olorosa navidad
En estas fechas vemos lo increíble. Vemos ese caminar cansado por encontrar el regalo perfecto. Con el tiempo se ha ido, como yo digo, blanqueando la navidad. Recuerdo que por toda Guatemala se asienta el olor a navidad, ya que este país es dado a ellos y por supuesto a los colores. No hay mejor recuerdo que los tamales de la abuela, por ejemplo. O de los colores del nacimiento en la casa. Jugar con el musgo y las ovejas de barro traídos del mercado de San Francisco el Alto.
El guatemalteco en estas fechas es dado a la nostalgia. Y claro este mismo individuo hogareño no puede vivir sin estar en donde ha dejado el ombligo. Y lo recuerda una y otra vez. Como esperando que cada recuerdo lo acerque más a lo que ha dejado atrás. Entonces ve cómo el año se diluye lentamente entre sus manos y no puede hacer mayor cosa que lamentarse.
En estas fechas, donde la congoja nos toma en cada esquina, la alegría de años atrás pareciera que gana la partida. Pero de alguna manera el este guatemalteco, que durante el año fue un ramo de lamentos ahora logra reponerse.
Es curioso, en este país, los sueños quedan resumidos a explosiones en el cielo: “la noche de luces o noche de los sueños”, como esa fantasía que nunca será cumplida y que cada año será, otra vez sueños.
Aun así las campanas que anuncian el advenimiento cristiano del Redentor, suenan nuevamente.
Ángel Elías
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