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Papeles Amarillos


Para:
Alejandra Solórzano,
Claudia Herrera y
Patricia Orantes,
con especial cariño.

Y la vida se vuelve un remolino de sentimientos encontrados. La vida ¿es vida, si extinguimos lo que queda de nosotros? ¿Si tratamos de escapar de su acérrima persecución?
Claro, que luego jugamos, retozamos, y formamos volcancitos con las cenizas que quedan. Entonces ese juego por tratar de olvidar queda en segundo plano. Porque ya no importa, porque el papel que jugamos en la vida nos da la experiencia necesaria, la experiencia que buscamos.
Pero, ¿Nos golpea recordar? ¿Nos sentimos mal por carecer de la valentía necesaria para afrontar nuestros miedos más profundos? ¿Los recuerdos por malos que fuesen, no son la pauta hacernos más fuertes?
Por supuesto, nos golpea recordar, nos lastima, nos lacerea, nos vuelca en un incontenible mar de lágrimas, que ya rotas nos vulnera el alma, ¿Necesario? Útil. Nos sirve de retrovisor, como una forma de no estrellarnos con la pared de atrás, para que no nos volvamos a lesionar en ese torpe intento por olvidar.
Papeles Amarillos, obra presentada recientemente, en teatro guatemalteco, nos sumerge en esa serie de interrogantes que nunca nos hacemos por miedo a perder la cordura, por el miedo de encontrarnos una vez más con lo que nos formó o deformó alguna vez.
Toda experiencia por buena o mala, por existente o imaginaria, por intensa o insignificante, nos forma como seres sensibles.
La obra nos da la llave y el permiso de explorarnos, de volvernos a plantear la pregunta universal ¿Quiénes somos? Con sus demás variantes. Nos da una llave que alguna vez deseamos perder, que no deseamos volver a encontrar por el enorme miedo que nos tenemos.
Los personajes se sumergen en un viaje que las lleva hacia su interior, un viaje donde nunca parten, y donde el gran éxodo que hacen es hacia ellas mismas. Pero, como nosotros, deseamos partir, sin partir, irnos, no sin antes dejar la puerta abierta o llevarnos la casa en la maleta. Una tarea que aunque comprensible, no es realizable, por lo menos no en su totalidad. Entonces ¿por qué deseamos partir? Si somos unos melancólicos llorones que no podemos alejarnos de casa sin volcarnos a suspirar.
La obra representa ese dilema de no apartarnos del cordón que nos une con el pasado, esa encrucijada que en ocasiones debemos enfrentar, y que tememos tomar como determinación.
Es hermoso ver a una niña que no se quiere apartar de su diente de leche por miedo al dolor, lo inconcebible de una joven mujer en el encierro de su abuela, a la incertidumbre de desconocer lo que sucede en el mundo, lo frustrante por ver a una mujer que idolatra a un padre autoritario, y aunque pensemos que ello no va más allá de las tablas, no es cierto. Allí se reflejan nuestras paupérrimas realidades. Una realidad tan suya como nuestra.
Tres mujeres en una estación, en un estado de intemporalidad absoluta, vuelcan tres historias tan distintas y tan unidas, entrelazadas, en una armonía que se logra encerrando varias estrellas en una misma galaxia.
Al final, eso somos, una partida de seres independientes, de mundos ajenos, que sufrimos los mismos males, y que buscamos las mismas curas. Que vemos todo detrás del cristal de la indiferencia, pero a diferencia de nuestras protagonistas, no buscamos a nadie para escapar.
Papeles Amarrillos, es una muestra de nuestra debilidad por lo bello, por lo melancólico, por lo añorable, pero sobre todo, una búsqueda, de lo que somos y de lo que algún día fuimos.
Angel Elías

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