Dentro de la psiquis de Guatemala, lo único que queda es orar. Porque se siente desahuciado. Cuando las esperanzas se pierden simplemente queda esperar el milagro a través de la oración. Creemos que este país ya no tenemos remedio posible, que la solución de nuestros problemas más profundos caerá del cielo, envuelto en un halo de divinidad. Lo cual es completamente falso, pero reconfortante para pensarlo.
En una reciente entrevista, el Ministro de Gobernación, Salvador Gándara, (que de salvador no tiene nada) menciona que pedirle a Dios que el Cachetes (integrante de una peligrosa banda de sicarios y narcos, apresado recientemente) que no se escape. Simplemente unas declaraciones irresponsables y fuera de toda credibilidad. ¿Es posible que le pida a una divinidad una tarea que a leguas se sabe es responsabilidad de este Ministro? ¿Si se escapa “El Cachetes” es porque Dios así lo quiso? De ese calibre son nuestros administradores públicos. Entonces el mensaje que se le envía a la población es de que “nos agarren confesados”, declarándose incompetentes en temas evidentemente mortales y terrenales. Y para los cuales se derrochan millones de quetzales.
Pero viéndolo bien elegimos a nuestros reflejos. Por un lado un pueblo tan oprimido como el nuestro, ve la salvación como algo divino, y el sufrimiento terrenal compensado por la ilusión de más allá confortable. Aquí compramos el cielo a plazos y con llanto.
Por otro lado, a una jornada de oración hecha recientemente presentado por Palau, llega ni más ni menos que el Presidente de la República guatemalteca. Sube al estrado y pide que oremos todos por Guatemala, que lo necesita. ¿Oramos para que él encuentre el rumbo? ¿Para que simplemente renuncie o se declare incompetente? ¿Oramos para que pronto acabe su mandato? Los mensajes que envía el gobierno son de desesperanza, a pesar de que ellos se declararon alguna vez el gobierno de la esperanza.
Cuando una sociedad llega a la conclusión que la oración es lo que nos queda, estamos perdidos, hemos extraviado nuestra confianza. Ya no podemos ocultar nuestra impotencia y elevamos la vista al cielo, para que nos lleguen las respuestas. O para que simplemente nos lleven los extraterrestres a un mundo mejor.
Dentro del comportamiento social, el sentimiento de impotencia se refleja en actos que aparentemente no ayudan, pero que hacen que el individuo se desahogue o confié en algo o alguien que no les pueda fallar. O en todo caso en alguien que confiemos con fe ciega y que no cuestionemos sus decisiones. En este caso el hombre es demasiado imperfecto y corrupto para aceptar esa responsabilidad.
El mensaje general de este gobierno, oremos porque ya no podemos hacer nada. Y que Dios se apiade de nosotros. Recordemos que un slogan propagandístico en la campaña pasada llevada por Giamattei rezaba: “Dios bendiga Guatemala” ¿Acaso no la bendice lo suficiente? ¿Acaso todo lo que pasamos es porque él se olvido de nosotros? No lo creo, nosotros somos la consecuencia de nuestros actos. Y sólo nosotros, tenemos la potestad de cambiar nuestro destino. ¿Cómo? Tomando buenas decisiones y asumiendo nuestras propias disposiciones, participando como país. Algo un tanto difícil cuando pretendemos que el vecino se preocupe por nuestra basura.
De lo contrario, ni Dios se apiadará de nosotros.
Ángel Elías
En una reciente entrevista, el Ministro de Gobernación, Salvador Gándara, (que de salvador no tiene nada) menciona que pedirle a Dios que el Cachetes (integrante de una peligrosa banda de sicarios y narcos, apresado recientemente) que no se escape. Simplemente unas declaraciones irresponsables y fuera de toda credibilidad. ¿Es posible que le pida a una divinidad una tarea que a leguas se sabe es responsabilidad de este Ministro? ¿Si se escapa “El Cachetes” es porque Dios así lo quiso? De ese calibre son nuestros administradores públicos. Entonces el mensaje que se le envía a la población es de que “nos agarren confesados”, declarándose incompetentes en temas evidentemente mortales y terrenales. Y para los cuales se derrochan millones de quetzales.
Pero viéndolo bien elegimos a nuestros reflejos. Por un lado un pueblo tan oprimido como el nuestro, ve la salvación como algo divino, y el sufrimiento terrenal compensado por la ilusión de más allá confortable. Aquí compramos el cielo a plazos y con llanto.
Por otro lado, a una jornada de oración hecha recientemente presentado por Palau, llega ni más ni menos que el Presidente de la República guatemalteca. Sube al estrado y pide que oremos todos por Guatemala, que lo necesita. ¿Oramos para que él encuentre el rumbo? ¿Para que simplemente renuncie o se declare incompetente? ¿Oramos para que pronto acabe su mandato? Los mensajes que envía el gobierno son de desesperanza, a pesar de que ellos se declararon alguna vez el gobierno de la esperanza.
Cuando una sociedad llega a la conclusión que la oración es lo que nos queda, estamos perdidos, hemos extraviado nuestra confianza. Ya no podemos ocultar nuestra impotencia y elevamos la vista al cielo, para que nos lleguen las respuestas. O para que simplemente nos lleven los extraterrestres a un mundo mejor.
Dentro del comportamiento social, el sentimiento de impotencia se refleja en actos que aparentemente no ayudan, pero que hacen que el individuo se desahogue o confié en algo o alguien que no les pueda fallar. O en todo caso en alguien que confiemos con fe ciega y que no cuestionemos sus decisiones. En este caso el hombre es demasiado imperfecto y corrupto para aceptar esa responsabilidad.
El mensaje general de este gobierno, oremos porque ya no podemos hacer nada. Y que Dios se apiade de nosotros. Recordemos que un slogan propagandístico en la campaña pasada llevada por Giamattei rezaba: “Dios bendiga Guatemala” ¿Acaso no la bendice lo suficiente? ¿Acaso todo lo que pasamos es porque él se olvido de nosotros? No lo creo, nosotros somos la consecuencia de nuestros actos. Y sólo nosotros, tenemos la potestad de cambiar nuestro destino. ¿Cómo? Tomando buenas decisiones y asumiendo nuestras propias disposiciones, participando como país. Algo un tanto difícil cuando pretendemos que el vecino se preocupe por nuestra basura.
De lo contrario, ni Dios se apiadará de nosotros.
Ángel Elías
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