
Esa mañana, todo era normal, desde las noticias matutinas, hasta el periodiquero que vendía las noticas del día pasado en pantaloneta y que gritaba desde su bicicleta y que únicamente tenía los frenos de atrás. Su esposo no estaba, muy probablemente en el puerto esperando que la marea estuviera lista para zarpar y regresar a la tarde con algunas libras de pescado. Los niños desde temprano habían salido en una carreta que les dejó su abuela para ir por el pan. Margoth, era una mujer de raza negra, con el cabello rizo y siempre andaba trabajando. Hace algunos años conoció a Matew, en el mercado. El vendía pescado y ella compraba unas verduras. Al poco tiempo de salir se casaron. Ambos tenían la piel oscura, pero su amor era muy transparente. De allí nació Julie y Marie. Sus dos hijas. La pobreza en la que estaban no permitía que sus hijas estudiaran. Entonces se dedicaban a traer pan y vender pescado.
Margoth esa mañana estaba un poco inquieta. Pero todo parecía normal. Ruido del mercado que se encontraba cerca. Las sirenas de ambulancia y patrullas, en el barrio cercano. Sus hijas jugando en la calle y su esposo con un retorno al atardecer. Como todos los días, entraría le daría un beso, tomando una cerveza se pondría a ver televisión.
Esa tarde sus hijos jugaban en la calle. Y su esposo regresaría un poco más temprano, le dijo. Que le regalaría algo por su cumpleaños. Eran sus 30 años. Nunca presintió lo que sucedía. Luego de un momento a otro todo se quedó silencioso, y un rumor se escuchaba en la distancia. Como el motor de una lancha. En unos segundos el sonido se hizo muy intenso. La tierra se estremeció, las cosas en su casa empezaron a caer. La tierra comenzó su danza mortal. Pensó en sus hijas. ¿El fin del mundo? Casi. Corriendo intenta salir a la calle a buscar a sus dos hijas. Dos niñas con trenzas en el pelo y de ojos vivaces. Llega a la puerta de su casa, ve a sus hijas correr a refugiarse con ella. La tierra no deja de moverse, se estremece como un pez fuera del agua. La calle se llena de polvo, pierde de vista a sus hijas. Algo golpea su cabeza y luego… todo se vuelve negro.
Un terremoto azota la República de Haití en el Caribe Latinoamericano.-
Al despertar, tres días después Margoth no sabe dónde está. Por un momento piensa que ha muerto. Alrededor de ella, mucha gente que se queja en unas camas, otros en el suelo. A algunos les hace falta una parte del cuerpo, otros ya han dejado de quejarse, han muerto y nadie se da cuenta. Algunas enfermeras pasan corriendo sin prestarle atención. Ella sigue aturdida. ¿Dónde está? ¿Dónde están sus hijas? Trata de incorporarse, pero sigue mareada. Como puede logra levantarse. Una enfermera se da cuenta. Le pregunta si se siente bien. Ella responde que sí. Le dicen que su cama ha de ocuparse con heridos más graves. Que se puede ir. ¿A dónde? Se pregunta. Al salir de aquel lugar ve toda la destrucción, no reconoce nada. Sigue sin saber qué sucede. ¿Aun se encuentra en su país? Pregunta a alguien dónde esta. En el infierno, le responden. No le cree. Toda la gente esta como perdida, no tiene la vista llena de vida, no tienen vida. Observa a algunas personas ayudan a sacar más gente de los escombros. Ve como sacan cadáveres. Y los apilan en lo que se suponen son calles y son picoteados por zopilotes. Este ya no es el lugar donde creció alguna vez. Esto ya no es nada. Margoth debe buscar a sus hijas y su esposo en esa ciudad de escombros. De no encontrarlos. No le cabrá la menor duda. Ha muerto y este debe ser el infierno.
Ángel Elías
Comentarios
Un artículo de Manuel Vincent en EL PAIS...
A veces no hay nada mas que agregar... de hecho, muchas veces...
Un abrazo...