
Se dice que los guatemaltecos somos sonrientes y le encontramos el lado amable a todo. En otras palabras que nos reímos de nuestras desgracias, que en eso somos expertos. ¿Lo seremos en realidad? ¿O solo somos expertos en evadirla? Tantos años de represión en este país y ya vemos nuestros problemas como algo lúdico, casi mágico. Realmente yo lo dudo mucho. Nosotros somos ese caso mortal que no queremos aceptar y que pesar del pronóstico nos resistimos a creer que morirá. Que existen los milagros nos decimos constantemente. Ciertamente existen esos casos que de una manera extraña se salvan, pero nosotros no lo somos. Bueno, por lo menos no todavía.
Guatemala sufre por vivir en un fantastilandia, donde todo es posible. Hasta que nos damos cuenta que no es cierto, luego una dosis de fantasía nos devuelve esa sensación de seguridad perdida. Y somos así, una sociedad que se engaña, que no deja su burbuja personal para enfrentarse con el día a día. Por ello nos volvemos indoloros y por carecer de información una sociedad casi iletrada.
Guatemala tiene un caso muy especial. Nos creemos felices, aparentamos ser felices, queremos ser felices, pero muy poco se logra cuando nos evadimos. Cuando el vecino de enfrente nos importa poco menos que un tocino.
La felicidad debería venir en frascos para ser distribuida por todos lados. En las escuelas, en los orfanatos, en los hospitales, en las morgues, en los asilos. Una dosis de felicidad diaria nos haría sentirnos más livianos y dejar la pose de miserables. Entonces la felicidad sería un producto al que todos se volverían adictos. Y se volvería una sociedad de feliciómanos, quienes robarían por una dosis de felicidad, y esa sociedad aparentemente feliz se volvería un estado de tráfico de felicidad, de asaltos a buses para robar felicidad en las bolsas de las señoras de bien. El estado entonces prohibiría la felicidad, la desincentivaría, la distribuiría sólo bajo receta médica. Y allí la felicidad entraría al mercado negro, distribuyéndose por pequeños pusher felices. Los happy-pushers. Al verse topado el gobierno por tanta gente feliz, que tenga la suficiente plata para comprarla a diario por supuesto, por otro lado se vería asediado por quienes quieren conseguirla a toda costa, robándola. Los que no tienen como pagarla.
Entonces el gobierno, prohibiría completamente la felicidad. Un acuerdo gubernativo, que apenas pasó por el legislativo, ya que muchos parlamentarios tenían sus ahorros metidos en la fabricación de la felicidad, dice: se prohíbe a todo ciudadano ser feliz y por supuesto distribuir felicidad. El precio de la felicidad aumentó en el mercado negro y quienes se oponían en el Congreso vieron aumentando sus ganancias. Luego salieron defendiendo la causa. No podemos permitir que nuestros hijos se vuelvan dependientes de la felicidad, debemos a toda costa impedir que sean felices.
Y todos aquellos, en este hermoso país, que se atrevían a ser felices, ya así sea de forma natural fueron encarcelados.
En Guatemala, somos felices evadiendo nuestra realidad, o por lo menos intentamos pasar el agua bajo el árbol, pero según parece, nos mentimos pensando: Ya pasará la tormenta. Cuando esto apenas comienza…
Ángel Elías
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