Según parece mucha y de la más sádica.
Las muertes en el
Hospital Roosevelt, siete en total, más el listado de heridos envuelve a
Guatemala en una espiral de violencia sin sentido y que poco a poco vuelve insensible
al guatemalteco, cuando ve en las noches, luego de la cena, las terribles
escenas que se viven a diario en Guatemala.
Y no es para menos, a veces no lo culpo, trata de evadir
toda la realidad que le golpea la mente ¿quién quiere vivir en un país con ese
nivel de violencia y sadismo? ¿Quién quiere que sus hijos se enteren de que este
país el único idioma que habla es el de la sangre? Nadie. Pero el problema va
más allá de la ineptitud de las autoridades, que es más que evidente, también
llega a la pasividad y sensacionalismo con el que la población toma noticias
como esta. La violencia está tan integrada en los guatemaltecos que ya no se
conmocionan ni se conmueven.
Es común ver ya a los niños curiosear en las escenas de
crímenes en los que la sangre corre hacia el alcantarillado más cercano,
dejando solo la impresión en aquellas pequeñas mentes que la muerte por
violencia es normal, que las balas son la respuesta a todos los problemas y que
su lugar de juegos ahora es una escena de crimen, pero que más tarde, luego de
que se retiren las luces, los bomberos y los fiscales será nuevamente un lugar
de juegos vespertinos.
A ese nivel estamos, en el que la dimensión de la
muerte es simplemente un juego de video que pasa en la televisión o lo que les
sucede a personas que no conocemos. Es el titular del noticiero que aparece luego de
la novela. Que esas cosas solo se ven en la caja boba, solo allí.
Pero la violencia ya está en el gen chapín, que lo ha
transformado, que lo ha mutado. La muerte por violencia no es normal, se
repudia, se exige justicia y se pide que los culpables sean llevados a
tribunales donde se les condene por tan deleznables delitos. Nadie tiene el
derecho de quitarle la vida a nadie, nadie.
Observación
Hay algo que aún me hace ruido cuando veo las imágenes de los
policías entrando a las salas del hospital en búsqueda del fugitivo armado.
Toda la prensa estaba junto a los policías, sí, así como se lee, los reporteros
estaban con sus cámaras y celulares buscando a un tipo que entró al hospital armado
con una Ak-47 cargada. Digno de una película de acción, pero no, no es el cine
es la vida real. ¿Existe necesidad que por lograr una toma o una foto los
periodistas arriesgaran su vida? No lo creo. No hay justificación para
arriesgar la vida por una fotografía que pudo terminar en tragedia. Qué pasaría
si el tipo hubiera salido por alguna de las puertas disparando sin control.
Ahora estaríamos lamentando la muerte de más gente y muchas más familias enlutadas.
Las fuerzas de seguridad deberían tener un perímetro para
que los periodistas, que seguro por la adrenalina del momento no miden
consecuencias, puedan resguardar sus vidas. ¿Acaso los periodistas tienen
chalecos antibalas o por lo menos un seguro de vida que por lo menos deje una
solvencia económica a sus deudos?
La voracidad por las noticias y el sensacionalismo pude
dejar deudas complicadas de saldar. El guatemalteco danza con la muerte, aunque
no sepa bailar.
Ángel Elías
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