Hay días en los que no te nace escribir y divagas. Son esos días cuando el jazz te mantiene pegado a la realidad. Entonces no te das cuenta que afuera, el mundo se despedaza por un par de centavos, que estás desempleado y que alguien ocupa un lugar que es tuyo.
Todos triunfan, en el mundo que poco a poco deja de pertenecerte, solo mantienes esa pesadumbre para escribir. Sabes que lo debes hacer, luego una buena idea se sofoca, y muere entre tanta incertidumbre provocada por tus propios malestares.
Para todo eso, solo queda la música, escribir algunos malos versos, empezar la novela que nunca termina o que cambia de nombre diariamente.
Son épocas en las que nada de lo que se escribe vale la pena. En algún momento piensas que sí. Pero nada que nace de la incertidumbre vale un quinto. Te crees escritor proscrito.
-¡Un poco de música, maestro! –es lo único que queda. Ves cómo tus planes se desarman con el transcurrir del tiempo y de tu irresponsabilidad.
Para todo esto llegas a darte cuenta que escribes para elogiarte, para escaparate de ti mismo, porque eres un embrollo de dificultades. Nada entonces vale la pena.
Ni siquiera una mujer vale, como para dejar de escribir.
Hace algún tiempo me enamoré, no fue mucho el tiempo. Fue un amor ridículo. Le dije que la quería, ella carcajeo con ganas, dijo que no había conocido a alguien tan inocente como para enamorase de ella. Dijo que todos los guatemaltecos somos tontos, que nos enamoramos de deidades europeas como ella, pero que no somos lo suficientemente “hombres” como para mantenerlas. Que somos machistas, y que pretendemos tenerlas como el mejor de nuestros trofeos.
Talvez es cierto, deseamos con todas las ansias salir de este país que nos aferramos a cualquier esperanza nórdica o mediterránea.
Deseamos trascender genéticamente. Pero todos de alguna manera continuamos siendo primates, aspiramos a ser gorilas o chimpancés o mandriles. Somos primates viviendo en una urbe de concreto y desechos.
Ella partió, de ella solo sé que se encuentra en Argentina o Perú, me dijo que volvería. Sé que lo dijo en broma, a veces deseamos que las bromas se vuelvan realidad, entonces gracias a nuestro ingenio las materializamos. Luego nuestros amigos preguntan si es cierto y decimos que sí, para engañarlos y talvez con el tiempo engañarnos también.
Un amigo se enamoró de una vietnamita, era bello verlos juntos. No se veía tan caricaturesco como ver a una vikinga con un mongólico.
A veces estamos tan aburridos que cualquier cosa nos entretiene, el juego sin sentido de palabras es suficiente para ser felices.
Es un instante breve, el desahogo literario, el mejor de los laxantes, pero luego viene la revisión del texto, donde nos ensuciamos las manos, donde ponemos cara de doctores antes del diagnóstico.
Ahora ves el final de la página, cuando estas más entrado en la escritura. Y no quisieras terminar.
Angel Elías
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