
Hace pocos días, la muerte del padre de una buena amiga me estremeció. Sentí que era yo quien afrontaba esa difícil situación. Ya hace algunas semanas el esposo de otra amiga falleció de cáncer y el hermano de una amiga de la universidad fue asesinado.
La muerte ya es cotidiana, mucho más en este país donde la muerte ronda sin razón el revólver de cualquiera, o en la enfermedad más silenciosa de todas.
Y me sentí pequeño e impotente frente al dolor ajeno, que poco a poco se volvió propio. Y es que ese dolor es inmisericorde.
En algún momento de nuestra vida debemos afrontar nuestra muerte y no estamos concientes de ello. Porque por alguna razón nos creemos inmortales. Nos creemos los supremos de la creación. Y al llegar ese momento no lo entendemos y no deseamos abandonar el mundo, ni a lo que alguna vez nos perteneció. Es un sentimiento lógico, si vemos que el mundo, lo diseñamos, a lo largo de nuestra vida para que sea de nosotros. Y el momento de dejarlo no lo concebimos.
Es que este mundo antropocentrista, no es diseñado para abandonarlo, mucho menos por algo desconocido. Si existe vida después de la muerte, no lo sé. Deseamos que sea así, para que nuestro antropocentrismo siga el mismo caudal. Pero puede que no exista nada y que nuestra materia se transforme en más energía y en esa transformación dejemos de ser nosotros. La visión de la vida después de la muerte, es más religiosa que concreta. Y no con ello digo que sea malo, sino talvez necesaria.
Como humanos necesitamos esa esperanza por recuperar lo perdido. Y mantener en vida lo que nos ha dejado.
La muerte llega y no podemos evitarlo. Talvez con el tiempo y cuando se acerca nos damos cuenta que es inevitable. Pero, cuando partimos ¿Cómo quedan los demás? Devastados, por supuesto. Y vemos un alma dolida, en luto permanente o con la mirada esquiva. Pero se quedan, como esperando un milagroso retorno. A una vida que continúa. Porque continúa a pesar de todo, muy ajeno a nuestro dolor. Cuando todo lo vemos gris, demacrado e injusto. Luego con el tiempo, los colores vuelven a la vista. Pero probablemente no con la misma intensidad, ni brillantes. Pero deben regresar. Porque el tiempo no perdona, y es un pantano que no es más que una ilusión para perdernos en nuestra propia vida. Cuando llegan a comprender que desde que nacemos estamos en ruta para morir, llega el consuelo y la esperanza por el más allá. Y aunque no creo del todo en el más allá, si tengo la esperanza de dar lo posible acá.
Porque los caminos de la vida son oscuros. Y tras cada vuelta no se sabe el destino. Pero la muerte es el paso a seguir. Y la vida un juego de felicidad. ¿Por qué esperar morir para ser feliz? No quiero creer en la vida después de la muerte, para disfrutar mi estancia acá.
La muerte nos acompaña a todos y de vez en cuando toca la puerta de nuestra casa. Se sienta, pide un café y confiesa el motivo de su visita. Y nos lleva o nos deja, es su decisión.
Ver a grandes amigas devastadas por la muerte me deja reflexionando en su dolor. ¿Estamos preseparados para la muerte? No. Ella siempre nos sorprende y quisiéramos no recibirla.
Sin embargo nos demuestra lo frágiles y vulnerables que somos, nuestro lado más humano. Así también nos demuestra que la vida es una y aprovechar nuestra breve estancia aquí debe ser nuestra frase de batalla.
Ángel Elías
La muerte ya es cotidiana, mucho más en este país donde la muerte ronda sin razón el revólver de cualquiera, o en la enfermedad más silenciosa de todas.
Y me sentí pequeño e impotente frente al dolor ajeno, que poco a poco se volvió propio. Y es que ese dolor es inmisericorde.
En algún momento de nuestra vida debemos afrontar nuestra muerte y no estamos concientes de ello. Porque por alguna razón nos creemos inmortales. Nos creemos los supremos de la creación. Y al llegar ese momento no lo entendemos y no deseamos abandonar el mundo, ni a lo que alguna vez nos perteneció. Es un sentimiento lógico, si vemos que el mundo, lo diseñamos, a lo largo de nuestra vida para que sea de nosotros. Y el momento de dejarlo no lo concebimos.
Es que este mundo antropocentrista, no es diseñado para abandonarlo, mucho menos por algo desconocido. Si existe vida después de la muerte, no lo sé. Deseamos que sea así, para que nuestro antropocentrismo siga el mismo caudal. Pero puede que no exista nada y que nuestra materia se transforme en más energía y en esa transformación dejemos de ser nosotros. La visión de la vida después de la muerte, es más religiosa que concreta. Y no con ello digo que sea malo, sino talvez necesaria.
Como humanos necesitamos esa esperanza por recuperar lo perdido. Y mantener en vida lo que nos ha dejado.
La muerte llega y no podemos evitarlo. Talvez con el tiempo y cuando se acerca nos damos cuenta que es inevitable. Pero, cuando partimos ¿Cómo quedan los demás? Devastados, por supuesto. Y vemos un alma dolida, en luto permanente o con la mirada esquiva. Pero se quedan, como esperando un milagroso retorno. A una vida que continúa. Porque continúa a pesar de todo, muy ajeno a nuestro dolor. Cuando todo lo vemos gris, demacrado e injusto. Luego con el tiempo, los colores vuelven a la vista. Pero probablemente no con la misma intensidad, ni brillantes. Pero deben regresar. Porque el tiempo no perdona, y es un pantano que no es más que una ilusión para perdernos en nuestra propia vida. Cuando llegan a comprender que desde que nacemos estamos en ruta para morir, llega el consuelo y la esperanza por el más allá. Y aunque no creo del todo en el más allá, si tengo la esperanza de dar lo posible acá.
Porque los caminos de la vida son oscuros. Y tras cada vuelta no se sabe el destino. Pero la muerte es el paso a seguir. Y la vida un juego de felicidad. ¿Por qué esperar morir para ser feliz? No quiero creer en la vida después de la muerte, para disfrutar mi estancia acá.
La muerte nos acompaña a todos y de vez en cuando toca la puerta de nuestra casa. Se sienta, pide un café y confiesa el motivo de su visita. Y nos lleva o nos deja, es su decisión.
Ver a grandes amigas devastadas por la muerte me deja reflexionando en su dolor. ¿Estamos preseparados para la muerte? No. Ella siempre nos sorprende y quisiéramos no recibirla.
Sin embargo nos demuestra lo frágiles y vulnerables que somos, nuestro lado más humano. Así también nos demuestra que la vida es una y aprovechar nuestra breve estancia aquí debe ser nuestra frase de batalla.
Ángel Elías
Comentarios
Aún no enfrenté a la muerte cara a cara. Todos los que murieron eran ancianos como mis abuelos o amigos que había tratado poco.
Ese dolor me llegará, veremos como lo afronto.
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Saludos.
Es cuestión de ponerse en su lugar y a la final entender que nosotros somos el efímero suspiro del universo
YO HE PASADO COSAS HORRIBLES EN LOS BUSES, CUANDO LOS ASALTAN Y HE ESTADO EXPUESTA EN ESE CONFLICTO DE QUE ALGO VA A PASAR O DE REPENTE TE CRUZAN UN MONTON DE COSAS EN LA MENTE INCLUSO LA MUERTE...
Y YA NO SEAS TAN SERIO....ME ENCANTA LO QUE ESCRIBES....
SALUDITOS
BLANCA