
Todos los años acabamos un poco más viejos, otro poco cansados. Tal vez con un poco más de vida, pero al final de año terminamos con un cúmulo de experiencias sobre nuestras espaldas. El fin de año es del correr, el de asfixiarse con las cuentas y el de perderse dentro de una ola de consumo que termina por engullirnos.
Para mí, este fin de año fue diferente. No hubo corre-corre. No hubo prisa, no hubo apuro. Salí de donde vivo por varios días. Esto para no tener contacto con nadie. Me refugié en una ciudad alejada de la capital, donde pude caminar sin prisas. Donde me detenía en cada cuadra a observar los detalles de la calle. En aquella ciudad, de tráfico liviano, no tuve reloj. No estuve sujeto a horarios. Más allá de los almuerzo y las cenas. Conocí varios cafés y restaurantes, a los que si hubiera estado corriendo nunca hubiera entrado. Platiqué con gente desconocida. Y cuando caía la noche regresaba a dormir, cansado de tanto caminar, pero contento.
En aquella ciudad a varias horas de mi casa, escuche conciertos navideños. En el parque central, para ahuyentar el frío tomé poche caliente. En aquella ciudad no corrí, ni pensé en nada más que vivir el momento. La gente me saludaba sin siquiera conocerme. Y la pasé en uno de mis mejores anonimatos. Me dio tiempo para encontrarme, para buscar respuestas a todos aquellos proyectos de vida inconclusos en estos últimos 365 días que se despiden. Como refugiarse en los pasos de aquella ciudad que no reclama nada. Sino que solo escucha, y eso es magnifico. Es poder sentarse durante un tiempo, en el mirador de aquella ciudad, sin nada más que el sonido del viento y la caída del sol. Sin pensar nada, sin hablar y solo escuchar.
En aquella ciudad, a la que me gusta volver, me siento solo, necesariamente solo. Y todas las calles me parecen distintas, parece que me dan la bienvenida. Y puedo ir unas calles y volver por otras. Sumergirme en un paso lento, sintiendo como el frío del lugar me envuelve y la luz poco a poco difumina las figuras, como son absorbidas por la oscuridad y que por arte de magia son iluminadas por los faroles y luces de vecindad.
A aquella ciudad vuelvo cada año, para desintoxicarme de todo. Para sentirme un poco más conmigo que con todos.
Al fin de año se evalúa, si se ha actuado bien o mal. Si es el camino correcto o es otra jugarreta del destino. Al fin de año necesitamos un espacio para nosotros, para reconciliarnos con nuestra conciencia. Buscarnos solución (si es que todavía tenemos)
Al fin de año, creemos que termina algo en nosotros, pero en el fondo sabemos que apenas comienza. Estimado lector haga de este fin de año, un mejor comienzo, en esa ciudad, en cualquier ciudad, real o imaginaria y desaparézcase un rato.
Ángel Elías
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