
En el área rural de donde vivo, todavía más rural dirían por allí, existe una tradición; la de pedir a la novia. Contrario a lo que se pueda pensar esta tradición se mantiene dentro de las familias indígenas y consiste en llegar a la casa de la novia para pedirla en matrimonio y es una tarea bastante protocolaria y de respeto por parte del novio.
Hace poco platicaba con don Ramiro, un señor que según me contaba ha estado en 60 pedidas en toda su vida, 20 veces como representante del novio y el resto como testigo de la novia. En esta tradición la familia completa del novio llega a la casa de la novia en compañía de un representante que funge como testigo de que el hombre es trabajador y honrado. Y tiene la difícil tarea de convencer a los padres de la novia que dejen a su retoñito. Y que su futuro yerno no es malandro. A la cita deben acudir con comida tradicional de la región en canastos, licor artesanal (así dice un cuate, yo le digo es Cusha) las amigas de la novia y los amigos del novio que son como testigos, pero a la vez llegan para ver como es la cosa. Pero sobre esto de la pedida platicaré en una próxima entrega.
Don Ramiro, cuénteme ¿Cuál ha sido la pedida más difícil? –le pregunto. Fíjese que una vez la pedida terminó a las cinco de la mañana. Resulta que ellos habían llegado desde las 7 de la noche y el padre no daba permiso para que la chica se casara. Bueno, la joven tenía 17 años, a Don Ramiro le tocó convencer de que los dos se querían, que no había problema, que don Ramiro daba fe, de que ambos serían felices. En todo caso el papá se convenció hasta las 5 de la mañana y después de 3 botellas de aguardiente. Cuando por fin, por cansancio o porque ya se había convencido, cedió.
Otra vez, me cuenta, llegamos a la casa de otra novia. Y cuando tocamos, con todo y la comida que la llevábamos, los amigos y los familiares del novio no abrieron. Estuvimos tocando y en esa casa no daban señales de vida. El novio se impacientó. Y los invitados se angustiaron. La casa estaba silenciosa. Suele suceder –me dice Don Ramiro–por la experiencia sé que hay familias que se hacen las rogadas. Don Ramiro le dio vueltas a la casa para ver si existía alguna señal de vida. O por lo menos ver hacia adentro. Encontró una rendija, y por allí pudo ver que adentro de la casa había pino regado en la casa, iluminado con velas y globos.
Don Ramiro regresó tranquilo. A todo ello el novio y sus acompañantes estaban angustiados. No cabía la menor duda, al novio no lo quería ni en la puerta. Don Ramiro tratando de calmar al novio le dice que tiene un plan. Se para frente a la puerta y dice lo siguiente: ¡Bueno, en vista de que en esta casa no nos quieren recibir, pues nos vamos con todo y nuestras cosas! E incita a la gente a irse. Dan la vuelta, se preparan para irse, convencidos de que no lograron nada. Dan unos cuantos pasos y entonces como por arte de magia se oye el crujir de la puerta y una voz que les dice: Buenas noches, pasen adelante…
Hace poco platicaba con don Ramiro, un señor que según me contaba ha estado en 60 pedidas en toda su vida, 20 veces como representante del novio y el resto como testigo de la novia. En esta tradición la familia completa del novio llega a la casa de la novia en compañía de un representante que funge como testigo de que el hombre es trabajador y honrado. Y tiene la difícil tarea de convencer a los padres de la novia que dejen a su retoñito. Y que su futuro yerno no es malandro. A la cita deben acudir con comida tradicional de la región en canastos, licor artesanal (así dice un cuate, yo le digo es Cusha) las amigas de la novia y los amigos del novio que son como testigos, pero a la vez llegan para ver como es la cosa. Pero sobre esto de la pedida platicaré en una próxima entrega.
Don Ramiro, cuénteme ¿Cuál ha sido la pedida más difícil? –le pregunto. Fíjese que una vez la pedida terminó a las cinco de la mañana. Resulta que ellos habían llegado desde las 7 de la noche y el padre no daba permiso para que la chica se casara. Bueno, la joven tenía 17 años, a Don Ramiro le tocó convencer de que los dos se querían, que no había problema, que don Ramiro daba fe, de que ambos serían felices. En todo caso el papá se convenció hasta las 5 de la mañana y después de 3 botellas de aguardiente. Cuando por fin, por cansancio o porque ya se había convencido, cedió.
Otra vez, me cuenta, llegamos a la casa de otra novia. Y cuando tocamos, con todo y la comida que la llevábamos, los amigos y los familiares del novio no abrieron. Estuvimos tocando y en esa casa no daban señales de vida. El novio se impacientó. Y los invitados se angustiaron. La casa estaba silenciosa. Suele suceder –me dice Don Ramiro–por la experiencia sé que hay familias que se hacen las rogadas. Don Ramiro le dio vueltas a la casa para ver si existía alguna señal de vida. O por lo menos ver hacia adentro. Encontró una rendija, y por allí pudo ver que adentro de la casa había pino regado en la casa, iluminado con velas y globos.
Don Ramiro regresó tranquilo. A todo ello el novio y sus acompañantes estaban angustiados. No cabía la menor duda, al novio no lo quería ni en la puerta. Don Ramiro tratando de calmar al novio le dice que tiene un plan. Se para frente a la puerta y dice lo siguiente: ¡Bueno, en vista de que en esta casa no nos quieren recibir, pues nos vamos con todo y nuestras cosas! E incita a la gente a irse. Dan la vuelta, se preparan para irse, convencidos de que no lograron nada. Dan unos cuantos pasos y entonces como por arte de magia se oye el crujir de la puerta y una voz que les dice: Buenas noches, pasen adelante…
Ángel Elías
Comentarios