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Algo pasó para encontrarse. Nadie sabe exactamente, pero la fragilidad del tiempo y el espacio se confabularon para el encuentro. En todo ese desorden universal, en la entropía y el caos todo por un momento fue perfecto. ¿Algo mejor que cruzarse las miradas en aquella parada? Un beso al despedirse en el autobús.
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Y luego un amanecer que no parecía importante. Unos cuantos panes para la merienda dentro de una lonchera. Un café para desayunar. Un yogurt. Una torta de huevo. Un vaso de leche tibia antes de salir al trabajo. Él sale en bicicleta a trabajar, ella por momentos se angustia por la salida atrasada del bus y mejor toma un taxi. Ambos en algún lugar de la ciudad que conocen y donde no se han encontrado. Cada uno toma la vida por separado.
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Nadie lo sabía pero ella se había enamorado de sus canciones. Y cada vez que las escuchaba en la radio se quedaba callada escuchando su voz. Ya eran 30 años desde que salieron juntos de estudiar y ya no se habían visto. Ella por un lado lo veía a cada rato, en los posters que coleccionaba, en sus discos, en recortes de prensa. Él no sabía que una admiradora estaba enamorada de él. Esa noche la televisión anunció la muerte de un cantante famoso. Hubo duelo nacional.
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¿Dónde estas? Todos sabemos que llevamos años de errores, de amores malogrados, de todo aquello que alguna vez nos desesperó. Pero al volver a los años, a los meses felices y a las horas de asfixia, sabemos que algo quedó pendiente…
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Aquella canción les recordaba el tiempo que se quisieron. Ella en Tokio y él en Rio de Janeiro. Rafael en Madrid y Dinora en México. Méndez en Buenos Aires y Linares en Ontario. Corazoncito de canario en San Salvador y Cielo de alboroto en Paris. Una guatemalteca enciende el radio y una canción le recuerda que su corazón está, según ella, lejos.
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Somos ese futuro inalcanzable. Inalcanzable futuro que somos. ¿Qué somos, inalcanzable futuro? El orden de nuestra vida puede alterarnos. Y devolvernos lentamente lo que perdimos
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“Ambos sabemos que las despedidas nos disgustan. Nos gustan los chocolates, la película de Casa Blanca, la música, los poemas, las frutas en miel, los atardeceres pintados en el cielo, las lluvias de invierno, las cosas sencillas, las cosquillas en la barriga. Los “peeros, los entoonces”. Los boleros sin fin. Ambos sabemos que las despedidas no nos gustan, a-diós, amor mío.” Y envió la carta con una respuesta que no regresa.
Ángel Elías
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